sábado, 2 de febrero de 2008

¿Por qué la piel de las ranas es tan inflamable?



¿Quién no ha deseado hacer que sus sueños se hagan realidad? ¿No nos tienta la suerte, jugar con ella? ¡Vamos, todos queremos jugar la lotería y ganarnos el millón de soles que nos sacará de las miserias de la vida cotidiana! Pero no, no siempre es tan brillante la suerte.

Muchas veces nos muestra su cara más sucia: nos va mal en todo; la/el chica/o no nos quiere ver ni la sombra; nos besamos de borrachos con alguien, y ahora a pagar; o cosas más domésticas como la ropa que no queremos lavar, la casa que no queremos barrer, y así seguimos.

Así empieza la historia de este Iván, que es uno de los muchos zarevitz Ivanes que vamos a conocer en la cuentística rusa: con una mala jugada de la fortuna. Venga: no creo que a nadie le guste la idea de casarse con una rana, por muy princesa que sea, y por mucho la-flecha-le-haya-caído-en-su-pantanito. A todo esto: ¿Qué tipo de padre es éste, que les asigna las esposas a sus vástagos, herederos de todo a su alrededor, con un concurso de arquería?

Broma y comentario aparte, la gran metáfora del folklore eslavo es evidente, aquí y en varias otras de sus historias: SI TE DAN LIMONES, ¡HAZ LIMONADA RUSKI!, bueno: acepta tu suerte, que mañana será otro día; no dudes de lo que el destino te trae, puede ser una gran sorpresa.

¿Dónde está la vuelta? Porque debe tener una vuelta, ¿no? Si no, mejor quedémonos en Charles Perrault y su Cenicienta. El destino la pone difícil, Iván. Te casaste con una rana, y las ranas son verdes y feas, y viven en charquitos. La vuelta está en el mismo lugar de siempre: el matriarcado indiscutible.

En la cuentística de buena parte del mundo occidental-blanco-católico, la mujer es únicamente un accesorio bonito que debe ser redimido por el macho-buscador-de-tesoros-místicos-y-matador-de-dragones que ronde por el espinoso bosque cerca de su castillo. A más pruebas:

Cenicienta -> Rescatada de las manos de la madrastra por el Príncipe y su Zapatito Mágico.
Blanca Nieves -> Se salva de la Bruja y sus hechizos por el beso del Azulino Montado.
Aurora, la Bella Durmiente -> ¿Quién la saca de la cama? El Valiente Príncipe, nadie más.

Y así podemos seguir.

Pero no. Más allá de los Urales*, las buenas rusas son mujeres valientes, que reinan, controlan sus destinos, deciden si se casan o no, y son objeto de todas las maldiciones, las que sufren con valor, porque conocen el camino al triunfo final… correctamente interrumpido por el inútil y pequeño y curioso Vania**.

Claro, el niño no podía estar conforme. La Rana cose, la Rana cocina –y rico- y la Rana se transforma en la mega princesa que hace magia. ¿Cómo quedarse con la Rana, luego de ver lo que esconde su piel? La intemperancia es terrible cuando se sabe lo que hay detrás de la puerta tres. Es difícil guardar un secreto que nos emociona, ¿o acaso nunca se ha visto uno obligado a contar la peli, final y todo, tan solo para compartir la emoción? Pero lo peor de todo, es tener una información, algo determinante, sobre lo que se cree tener derechos, y actuar en consonancia. Así quema Iván la piel de la Ranita.

Aquí llega la búsqueda. Y a correr por todas partes, buscando al destino que se nos escapa. Esta es una búsqueda de pruebas, no de premio. Una peregrinación, no una cacería. El Príncipe de la Bella Durmiente mata un dragón, se enfrenta a los espinos y besa a la princesa para salvarla, y termina su papel utilitario. Iván corre tras su destino, que teme perdido, y sufre en el camino el hambre, la sed y la impotencia. Es éste un viaje de autodescubrimiento, que concluye con la revelación de la verdad. Casi un tránsito budista: sufre, experimenta el dolor, y luego…

…luego llegas a la giratoria casita de Baba-Yagá y recoge tu mapa para llegar al final del viaje.

Enfrentamiento final por medio, la felicidad llega como premio a la constancia de quien sigue el camino pese al temor, la pérdida y la desesperanza. No es un premio para armaduras brillantes y caballos briosos. Es uno para el valor y la astucia, pero también para la compasión y el entendimiento de uno mismo. Fui tonto, nos dice Iván, pero al final comprendí que puedo perder por mi impaciencia, y que debo hacerme digno para obtener lo que busco.

Así son los cuentos rusos, como las cebollas –de Shrek: muchas capas, muchas lecturas, y sana diversión.

* Desde siempre, la frontera entre las Rusias y Europa Civilizada.
** Es el diminutivo de Iván, en ruso, obviamente.



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